“El diálogo es a la familia… como el agua a los seres vivos”. Es el símil con el que el filósofo José Carlos Ruiz enmarca la transcendencia del diálogo. En “El arte de pensar para niños. La generación que cambiará el mundo” (Toromítico 2019) el autor nos presenta la esencia más filosófica de un método, el socrático, que invita a aproximar posturas y a enriquecer a sus participantes. Ruiz enmarca este diálogo dentro de un proceso más amplio, que es el fomento del pensamiento crítico en la infancia y adolescencia.
Para Mientras Creces, las consideraciones filosóficas que aborda este profesor e investigador son especialmente valiosas para disfrutar del arte de dialogar en familia, más allá de sus beneficios intelectuales y ventajas en los procesos educativos de niños y niñas que el autor también expone. Celebramos el diálogo como espacio de encuentro intergeneracional para la reflexión, la comprensión, el respeto y la igual dignidad de las personas. Sin protocolos, con naturalidad; sin adoctrinamientos, sermones, obligatoriedades, ni normas impuestas; con confianza mutua y tiempo de calidad.
Punto de partida: su significado
“Etimológicamente tiene relación con el Logos, que es una palabra griega que podríamos traducir como palabra o razón. El diálogo ocurre cuando la razón (el logos) atraviesa a los presentes. Implica una conexión en los procesos de atención mutuos, de ahí que sea fundamental poner el foco en otro de cara a poder tener un diálogo constructivo”, explica Ruiz.
Es decir, el diálogo requiere poner la atención en la otra persona con el honesto y sano propósito de conocer sus razones, de saber qué piensa, qué siente, qué quiere decirnos. Y al mismo tiempo, dialogar nos apela a hacernos entender.
El arte de dialogar se cultiva
Os podéis imaginar, eso de hablar una vez al año entre las diferentes generaciones de una familia no crea músculo. El arte del diálogo se tiene que cultivar, “es una semilla que se siembra y se tiene que regar diariamente, poco a poco, y termina dando frutos para el resto de la vida”. Esa responsabilidad de regar la semilla recae en las edades más tempranas en las madres y padres.
La escucha recíproca
Parece obvio, ¿verdad? Pero escuchar y que la otra persona se sienta escuchada es un requisito inherente al diálogo que no siempre se cumple, especialmente de adultos hacia la infancia.
Ruiz habla de prestar una atención activa y una atención inquisitiva, que haga preguntas. “Eso también implica que nosotros les otorguemos reciprocidad a sus historias, les acompañemos también con nuestro diálogo de manera que sientan que existe una comunicación bidireccional”, apunta.
La atención en los demás
El diálogo nos apela a prestar la atención a los demás, dice Ruiz, para que podamos hacer “un ejercicio de empatía intelectual con las ideas, las formas de vida, los valores… de los otros” que nos permita, además, afianzar la curiosidad.
“No hay nada tan adictivo para un hijo e hija que captar la atención de sus padres, madres o referentes… y sentirse escuchado. Si sedimentamos el hábito de la conversación y del diálogo con ellos podremos usarlo para trabajar el proto-pensamiento : asombro-curiosidad y cuestionamiento”, cuenta a Mientras Creces el también autor de “Platón a Batman” (Toromítico, 2017) y “Filosofía ante el desánimo” (Destino, 2021).
La pregunta
Ruiz aporta en “El arte de pensar para niños” un detallada, sencilla y guiada metodología que durante un año implementaron diferentes profesores y profesoras en el desarrollo de talleres sobre pensamiento crítico. En su propuesta, la pregunta ocupa un lugar excepcional como elemento activador de la reflexión, que viene tanto de los adultos como de niñas y niños.
Es lo que hacía Sócrates en su método conocido como la mayéutica y con el que buscaba que sus pupilos tuvieran un conocimiento mayor del que ellos mismos creían tener. Para ello, cuenta Ruiz en el libro, Sócrates hacía preguntas sobre un tema, escuchaba con atención las respuestas y analizaba junto a los interlocutores sus ideas. Pero Sócrates buscaba la excepción, aquello que no se cumpliera con la definición dada para obligar al interlocutor a reflexionar e investigar a partir de su argumento inicial.
“Lo interesante del método de cara a aplicarlo con nuestros hijos – escribe Ruiz- es que todos sus diálogo buscaban aunar posturas (…) Sócrates estaba abierto a escuchar las teorías de los demás y ver si entre todos eran capaces de acercarse a la verdad”, explica.
Sin temas tabú ni juicios de valor
Para qué lo vamos a negar, hay temas que cómo cuestan. Temas que dan corte o palo (así se decía antes) a hijas e hijos. Temas que dan pánico o pavor a padres y madres. ¡Empate!
¿Cómo lo resolvemos?
Si generamos en casa la confianza para hablar de cualquier tema y respetar las opiniones o preguntas de cada miembro de la familia, especialmente de los más pequeños, los niños y niñas no tendrán problema en incorporar con naturalidad el más amplio abanico de temas imaginable.
“… si nuestros hijos detectan que estamos violentos con algunas preguntas o temas es probable que cierren esa puerta y tengan que buscar información en otros lugares que igual no son tan recomendables”, alerta Ruíz, quien aconseja adaptar el nivel de la conversación al nivel madurativo del niño para lograr que “la conversación les resulte los más enriquecedora posible”. Vaya la advertencia por delante: solemos dotar a nuestros hijos de un nivel de comprensión menor del que realmente tienen.
La conversación
Y no podemos hablar de dialogar sin abordar la riqueza que implica su prima hermana la conversación. “No es sólo querer comprender lo que te rodea y a quien te rodeo sino también querer conocerle por medio del arte de la conversación, dejar que el otro se exprese, relate y cuente lo que crea oportuno o conveniente, sin necesidad de enfrentar lógicas o posturas, simplemente conversando”, considera el autor cordobés.
Y conversar apela a “saber tratar a las personas debidamente”, a forjar y estrechar lazos, a contarnos y narrarnos “inquietudes, historias, desvelos, deseos”.